lunes, 23 de enero de 2012

Venezuela.

Caminar por las calles mal asfaltadas y ver como el verde trata de apoderarse, con un éxito relativo, de cada ranura en los pequeños edificios, es amor. Un cielo extremista, que puede pasar del inmaculado azul al gris rebelde, plagado de nubes que amenazan una lluvia tan breve como intensa, nos cubre por completo.Sonreír, pues el aire que respiramos es, aún, suficientemente puro, a pesar de que stamos acostumbrados a ver basura en las esquinas. Transculturización sin pérdida total de nuestras raíces que se percibe a través del léxico lleno de groserías criollas y jergas carcelarias, vergüenza mezclada con condescendenciaal ver el espectáculo corriente de una madre adolescente.

Somos un hervidero de vida, aunque algunos estén robotizados. Hemos perdido turismo porque la gente teme a la delincuencia de nuestro país.Yo puedo caminar bajo los extasiantes colores del ocaso por una calle vacía sin que el pánico se apodere de mi cuerpo, sin temor total a que en una esquina un arma amenace con poner fin a mis días, a pesar de que se considere irracional.
Somos colores y dolor, somos libertad reprimida, pensamientos poco expresados, personas diferentes ocultas entre la masa. Nos hacemos escuchar entre las críticas a nuestra ignorancia.
Hay decepciones, hay desperdicios de espacio en abundancia. Pero entre ellos, como seleccionados a propósito, entre generaciones de porquería, hay esperanza.

Desiertos, montañas con nieve y costas con un infinito horizonte de océano, arenas blancas, oleaje suave. Arco iris que aparecen de la nada e igualmente se van sin dejar rastro, crepúsculos psicodélicos, un jardín de estrellas, Asier Cazalis y David Donoso decorando con sus voces tu caminata alrededor de la fuente en plaza venezuela, nuestra imaginación haciendonos visualizar un mundo en el que el río Guaire tenga aguas cristalinas.

En la variedad está el gusto y considero que somos un delicioso arroz con mango.
Venezuela 

Amo y odio mi país, sé que si tuviera chance me volaría de él sin pensarlo, pero recordando con suma nostalgia las arepas, la sensación de hogar y el hecho de que salir a comprar leche se convierta en una misión imposible dados los índices de criminalidad. Si, hay muchos desperdicios de oxígeno acá, lo asumo, pero también hay hervideros de creatividad, gente que podría llegar a dejar su huella.
Eso.

Estoy relativamente castigada hasta nuevo aviso, hasta que mejoren mis notas.

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