sábado, 12 de noviembre de 2011

El reloj de pared, anunciando las seis veintitrés
El pasado con sed, y el presente es un atleta sin pies.

Sentado en la esquina del mugroso apartamento, podía sentir como el frío colándose a través de las ventanas de rotos cristales, que dejaban pasar algunos copos de nieve al piso de linóleo manchado.
Tenía un cigarrillo en la mano y lo degustaba lentamente, a sabiendas de que, cuando se acabara, se habría acabado toda la caja, e incluso acaso algo más.
Sentía como se adormecía poco a poco. Ya no sentía los dedos de los pies, envueltos en aquel par de tenis gastados; alguna vez habían sido rojos, pero la tela se había tornado descolorida, adquiriendo uno de los múltiples tonos de gris que ahora teñían la mayoría de su vida.


Ya son las seis cuarenta y tres y el cadáver del minuto que pasó
Me dice “así se vive aquí te guste o no”
Y la nostalgia pone casa en mi cabeza
Y dan las seis con cincuenta…


El humo formaba figuras irreales en el aire, muy similares a los demonios que lo atormentaban en sus comunes pesadillas, que desde hacía un tiempo habían venido a fastidiarle cuando tenía los ojos abiertos. La figura más grande se tornó densa, convirtiéndose en un ser difuso e intoxicante que le dirigió una sonrisa descarada que transformó la habitación en un cuarto irreal, a pesar de que más allá estaba la mesa, llena de papeles estrujados, junto a una silla cubierta de telarañas. En aquella mesa, estaba su foto; la única prueba verdadera de que aquel rostro consumido alguna vez había sonreído.


¿Quién dijo que yo, era el sueño que soñaste una vez?
¿Quién dijo que tú, voltearías mi mundo al revés?


La ceniza del cigarro cayó sobre la piel morena, manchándola. Pero no se inmutó, ya fuese porque esta estaba muy manchada para que importase, o porque estaba muy distraído mirando a aquel fantasma de nicotina como para hacerle caso.“Ella se fue”, murmuró, echándoselo en cara mientras acariciaba sus alrededores, “ella se fue y no volverá jamás”.Su cabello negro, cuyo fleco le tapaba los ojos cerrados, ya que hacía semanas no lo cortaba, se movió hacia un lado. El adormecimiento había llegado a la parte superior de sus piernas e incluso estando sentado, se sentía débil.Trató de incorporarse, haciendo caso omiso a los, ahora, múltiples demonios que reían a su espalda. Cayó, sintiendo la cálida sangre bajar por su rodilla, pero volvió a levantarse. ¿A dónde iba? Hacía ya mucho que la puerta de su departamento había sido tapiada con tablas y clavos, para que nadie entrara o saliera, desde que clausuraron el edificio. Ya nadie sabía que estaba vivo, pues sólo ella había logrado verlo en realidad. Arrastró con esfuerzo su torso desnudo, sus tenis viejos y su cabello opaco hasta el marco, arrancando la puerta de sus goznes con una sola patada. Le dolió todo el cuerpo, pero pudo divisar las escaleras al final del pasillo ceniciento.


Ya Son Las 7:16,
y el cadáver del minuto que pasó,
me dice; Tu estrategia te arruinó,
No queda más que ir aprendiendo a vivir solo...
Si te Quedan agallas.

Cada paso era una tortura, pero no quiso detenerse. Al final, empujó la reja que daba a la azotea nevada. El piso resbaladizo era perfecto para simular un accidente, pero el no quería simular nada. Miró hacia abajo desde el borde. Nada se detendría si él lo hacía.
Cerró los ojos, recordando las pecas en su rostro pálido, sus expresivos ojos castaños, los hoyuelos que se formaban en su rostro cada vez que sonreía, antes de arrojarse al vacío.


La casa no es otra cosa
que un cementerio de historias.
Encerradas en fosas
que algunos llaman memorias.


(Inspirada en la canción "Minutos", de Ricardo Arjona)

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