lunes, 24 de octubre de 2011


No debería estar allí, no. Pero era eso o estar semanas aguantándola quejarse sobre que jamás iban a ningún sitio divertido, y eso realmente era hastiante. ¿Qué acaso no entendía que ella odiaba el bullicio? Ese no era su ambiente.
La casa era grande. Ella se encontraba recostada en una esquina oscura, lo más alejada del bullicio posible, con una botella de cerveza en la mano. Supuso que por allí andaría Bárbara, hartándose de alcohol o liándose con algún pela gatos. Realmente no le importaba, no conocía a nadie allí, tampoco nadie la conocía y dudaba que alguien se interesase en aquella figura delgada que trataba de rehuir de la multitud. Hacía frío, además, la ropa no ayudaba.

Alguien se acercaba hacia su posición. No podría tener otro objetivo más que hablarle, puesto que cerca no había nada, ni el equipo de sonido, ni alcohol… nada en absoluto. Tragó saliva.
Era un chico. Lo había visto apenas entrar, estaba riéndose con otros muchachos de su edad, bebiendo. Bárbara la había presentando, pero ella no pudo mirar a los ojos a nadie.
Pero al parecer, él si la había mirado a ella, no entendía por qué, pero allí estaba, colocando su brazo a un costado para impedir, sutilmente, que lo evitara o tratara de irse.
―Intégrate a la fiesta.

Era bastante alto, a su parecer guapo, con facciones masculinas y marcadas. Tenía los ojos oscuros, más que ella incluso, al igual que su cabello lacio, que aunque parecía planchado, le quedaba muy bien. Llevaba un pañuelo de guerra palestino atado al cuello, y el resto de su ropa transmitía sensación de buen gusto. La hizo sentir disminuida; él de seguro estaba acostumbrado a esos lares. Ella, con su ropa random y sus ojos marrones opacados con el brillo del miedo, no tenía nada que hacer en ese lugar.
―N-no me gustan las fiestas ―alcanzó a susurrar, tratando de salirse por un lado. Pero él la retuvo, esbozando una sonrisa seca.
Esperó a que se fuera, que la dejara sola, pero parecía más que divertido con su actitud de conejo asustado.
―¿Entonces, para que viniste? No parecías muy animada cuando te presentaron.
―B-bárbara me obligó a venir…―musitó, jugueteando con los dedos alrededor de la botella ―, pero ya debería irme…
―Vamos, apenas son las once, quédate un rato más, quizás podríamos divertirnos juntos.
Seguía sonriente, y se acercó hasta su cara hasta llegar a un punto en que parecía desconocer los términos de “espacio personal”. Puso los labios muy cerca de su oído, haciéndole cosquillas con su respiración.
―Oye, ¿quieres sexo?

No era una persona con tendencia a sonrojarse, pero en ese momento se le subieron todos los colores a la cara. Su respiración se agitó, sintiendo como la atmósfera cambiaba a una expectante. Dejó caer la cerveza vacía, que no se quebró; rodó por el suelo de parqué hasta desaparecer de su vista en el fondo del salón.
Él esperaba su respuesta. ¿Qué decirle? La idea de rechazarlo no cabía en su mente, bastante ofuscada por las cinco cervezas que traía encima, pero, si le decía que sí, podría ocurrir algo malo.
Levantó la vista. Él la estaba mirando fijamente.
Volvió a tragar saliva.
―Yo…Esto…
―Nadie va a darse cuenta.
Como si estuviera tanteando el terreno, deslizó su boca con delicadeza hasta la suya, acariciándola con la lengua. Se quedó paralizada y cerró los ojos esperando que se alejara. Pero no lo hizo. Asintió con los nervios de punta. No volvió a saber nada, sólo que flotaba escaleras arriba. Abrió los ojos cuando la puerta se cerró.
Ya estaba medio desnuda, pero no recordaba haberlo hecho ella. Sentía unas manos bajar por su cuerpo hasta sus caderas, pegándole a él. Su pecho desnudo se notaba pálido bajo la luz amarilla de la única lámpara de la habitación. No lograba ver dónde había tirado el pañuelo, pero ya no tenía zapatos ni calcetines.
Ni pantalones.

Aún teniéndola contra su cuerpo, quería sentir más allá. Con una sola mano desabrochó el corpiño, pellizcándole los senos. Ella soltó un gemido, él se rió a la vez que la arrojaba sobre la amplia cama. Pronto enredó su lengua en uno de sus pezones, mordisqueándolo con perversión. Aún seguía como flotando, aturdida por lo que estaba haciendo pero suficientemente consiente como para sentir que aquel contacto delicioso le erizaba la piel.
Él siguió bajando, retirando –más bien, rompiendo- de un jalón el culot azul. Se subió sobre ella con cuidado de no aplastarla con su peso, procurando sostenerle la vista. Se deleitaba con la indecisión de sus ojos, pero él no estaba nada indeciso.

La lámpara de la habitación se apagó, dejando todo a oscuras, pero los gemidos y las respiraciones agitadas siguieron haciendo eco en el cuarto.


(Ahora que vuelvo a leerlo, la redacción me ha gustado mucho, es bonita.
Es sobre un sueño con Alesin que tuve hace tiempo que carecía totalmente de "realismo", exceptuando por un detalle que, espero, sea más que obvio.)

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